En Villalar a veinte y cuatro días del mes de abril de mil e quinientos e veinte y un años, el señor alcalde Cornejo, por ante mi, Luis Madeira, escribano, recibió juramento en forma de vida de derecho de Juan de Padilla, el cual fue preguntado si ha sido capitán de las Comunidades e si ha estado en Torre de Lobatón con las gentes de las Comunidades e que ha peleado contra el condestable e Almirante de Castilla, gobernadores de estos reynos, e que fue en prender a los del Consejo e Alcaldes de sus majestades. Lo mismo confesaron Juan Bravo e Francisco Maldonado, haber sido capitanes de la gente de Segovia e Salamanca. Este dicho día, los señores alcaldes Cornejo e Salmerón e Alcalá, dijeron que declaraban e declararon a Juan de Padilla e a Juan Bravo e a Francisco Maldonado por culpables en haber sido traidores de la corona real de estos reynos. En pena de su maleficio, dijeron que los condenaban e condenaron a pena de muerte natural e a confiscaçión de sus bienes e ofiçios para la Cámara de sus majestades como a traydores. E firmáronlo. Dotor Cornejo, el licenciado Garçía Fernández y el licenciado Salmerón. E luego, incontinente se ejecutó la dicha sentencia e fueron degollados los suso dichos...
Sentencia y Condena de Juan de Padilla, Juan Bravo
y Francisco Maldonado, tras la Guerra de las Comunidades. 1521, abril,
24. España, Ministerio de Cultura. Archivo General de Simancas. PTR. leg.
5,16.
Durante la Edad Media,
habían sido frecuentes los levantamientos de campesinos, fruto de las crisis de
subsistencia, que cíclicamente, castigaban a la población. La devaluación de la
moneda, el aumento de la presión fiscal, la disminución de las rentas, el
aumento de los precios de los productos urbanos, etc., deterioraban las relaciones entre los
propietarios y los trabajadores de la tierra. Los desmanes y abusos de la
nobleza, rompen el equilibrio establecido por el clásico modelo de la sociedad
medieval trifuncional. Si la nobleza no cumple con el papel que le corresponde
como garante del orden y de la defensa de los más débiles, el pacto establecido
entre los tres órdenes se rompe, así como los vínculos de obediencia. Existe
rencor contra la nobleza y la corte en estos movimientos. Sin embargo, se
respeta la figura del rey. Todo esto derivó en numerosas insurrecciones de
carácter violento. No existe en este período, un deseo de cambiar la sociedad
establecida. Son sublevaciones, que se levantan a raíz de una situación
concreta, y que exigen soluciones puntuales. Se
desarrollan en base a reacciones instintivas frente a las injusticias y
ultrajes, de los que eran objeto sus protagonistas. Reivindican tiempos pasados mejores, con lo que son reaccionarios, e involucionistas.
Se cree, que los protagonistas de estas revueltas son campesinos acomodados,
procedentes de regiones bastante fértiles, en vez de campesinos en una
situación desesperada, como pudiéramos pensar en un primer momento. En estas
zonas bastante pobladas, el malestar se transmite más fácilmente. Esto, podemos
aplicarlo también al levantamiento de los Comuneros, cuyo epicentro se sitúa en
la meseta central. Esta zona era la que tenía una mayor concentración de
ciudades, la zona más dinámica y la mejor comunicada de Europa.
Así pues,
descontento e instabilidad son el caldo de cultivo de la revuelta de los
Comuneros. Una serie de malas cosechas, debilitaron a la población,
convirtiéndola en blanco fácil de las epidemias. Si la población no tenía
suficiente con el hostigamiento de dos de los caballeros del Apocalipsis, peste
y hambre, la fuerte presión tributaria y fiscal, consiguió llevar a la
población a una situación límite. Pero el descontento no era exclusivo del
pueblo. Los comerciantes protestaban contra el monopolio ejercido por los
mercaderes burgaleses en el negocio de la lana, y la inestabilidad hacía mella
en núcleos gremiales de ciudades como Segovia y Cuenca. Todos ellos pusieron
sus esperanzas en el Estado, esperando que hiciese de árbitro y solventase sus
problemas. Pero el propio Estado, también estaba sumido en una grave crisis,
como nos muestra la fuerte inestabilidad que sufría, con los sucesivos
gobiernos de Felipe el Hermoso, el cardenal Cisneros y Fernando el Católico. Es
en estas circunstancias, que llega Carlos I al trono. Un extranjero, que
desconoce el idioma, y la situación general de Castilla. Y que para más inri,
ocupa los puestos de poder castellanos con flamencos, holandeses, y borgoñones,
para los que España no es, sino una colonia con la que satisfacer las
necesidades de financiación de la empresa imperial. Con este panorama, Carlos I
es elegido por los príncipes electores como emperador del Sacro Imperio Romano
Germánico. Castilla se siente desplazada por los intereses imperiales, y surge
una oposición generalizada. No se entiende cuál sería el papel de Castilla
dentro del Imperio (¿quizás mera dependencia?), pero sí, que la consecución del
trono imperial supondrá un enorme gasto para las arcas castellanas. El
sentimiento antiflamenco aumenta. Se producen protestas desde los concejos, el
clero, la universidad (franciscanos, agustinos, y dominicos de Salamanca
redactan una declaración en contra), e incluso en la propia Corte, crece la
oposición. Pero, a pesar de todo, Carlos I consigue con tretas los servicios en
las Cortes convocadas en la Coruña, y se embarca a Alemania, dejando a Adriano
de Utrecht como regente.
El
documento que estamos comentando, es el punto y final de una rebelión que fue
un proceso complejo. No se trata de un acto concreto, sino de un movimiento que
se extiende en el tiempo y que evoluciona. La radicalización que sufre, será
causa de su fragmentación y posterior derrota. En su origen, nos encontramos
con una revuelta, que aglutina el malestar de prácticamente todos los grupos sociales;
pueblo, clero, nobleza, comerciantes, cortes, universidad, ciudades… todos
ellos se oponen a la situación existente, y se identifican con la búsqueda de
la estabilidad y continuidad perdidas. Es un movimiento más político que
social. Se lucha contra el intrusismo extranjero en los puestos de poder,
contra la concentración absoluta del poder en el rey, y contra los intereses
imperiales del monarca, que perjudicaban la preferencia política de Castilla,
por su política interior y el fortalecimiento de su posición en Indias. Este
malestar inicial da paso a la rebeldía de Toledo y toda una serie de disturbios
en las ciudades de la meseta. Las quejas se materializan en las Propuestas de
Toledo, en las que se propone al resto de ciudades con voz y voto en Cortes la
anulación del servicio votado en la Coruña, la vuelta al sistema de los
encabezamientos para cobrar los impuestos, la reserva de los cargos políticos y
los beneficios eclesiásticos a los castellanos, la prohibición de la salida de
dinero del reino, y por último, la designación de un castellano para dirigir el
reino en ausencia del rey. Estas propuestas, calarán en la sociedad castellana,
especialmente las dos primeras.
Pero
pronto, el movimiento, dará un giro hacia lo extremo, y de las protestas
originales que abogaban por mantener la “tradición castellana” pasaremos a la
defensa de la necesidad de la sustitución del rey por su madre, la reina Juana,
a abogar por el cambio total de la organización de las ciudades, convirtiendo a
las ciudades castellanas, en ciudades libres, y a lo que tendrá más
repercusiones para la revuelta; el apoyo a los levantamientos antiseñoriales.
De revuelta, hemos pasado a revolución.
A la
inicial decepción de la Junta de Ávila para los comuneros (no tuvo la adhesión
que imaginaban), le sigue el asedio a Segovia, primera gran confrontación entre
las fuerzas rebeldes y las partidarias al rey. Las amenazas y el aislamiento de
Segovia, por parte del alcalde Rodrigo Ronquillo, provocarán que la ciudad
cierre filas en torno a la Comunidad y su líder Juan Bravo. Ante la gran
cantidad de soldados que envía Ronquillo, Segovia se ve obligada a pedir ayuda.
Toledo y Madrid enviarán milicias con Juan Padilla y Juan de Zapata al frente.
Utrecht ordenará a Antonio de Fonseca que se apodere de la artillería real de
Medina del Campo, ante la cercanía de Padilla a Segovia. La fuerte resistencia
de la población, hará que prenda un pequeño incendio como medida de
distracción. No sólo no funcionó su idea, sino que destruyó gran parte de la
villa, y trajo consigo el levantamiento de toda Castilla. Ciudades que hasta
entonces se habían mantenido al margen, como Valladolid, establecen Comunidad.
Se producen nuevas adhesiones a la Junta de Ávila. E impera la indignación y
descrédito contra el Consejo Real.
El Consejo
Real era un núcleo de poder, una de las instituciones más antiguas e
importantes. Es supremo referente de justicia, con atribuciones legislativas en
concordia con el rey y además ejerce poderes ejecutivos. Su importancia es tal,
que el título de presidente del Consejo de Castilla es el título más importante
laico después del rey. Así pues, no nos ha de extrañar, que en la sentencia y
condena que estamos tratando, se especifique dentro de las acusaciones “e que fue en prender a las del Consejo e
alcaldes de sus majestades”. El 30 de septiembre se prendían los últimos
miembros del Consejo Real que quedaban en Valladolid y con ello se culminaba la
instauración del gobierno revolucionario que se había iniciado con la Junta de
Tordesillas. Con catorce ciudades representadas (sólo faltaron las cuatro
ciudades andaluzas), consideran que la mayoría del reino quedaba representado
en estas Cortes y Junta general del reino. Así asumían el 26 de septiembre las
tareas de gobierno ante la inoperancia del Consejo Real.
La Junta,
se había trasladado de Ávila a Tordesillas para poder entrevistarse con la reina
Juana, quien llevaba recluida a la fuerza desde 1509. Asaltaron el palacio en
el que se encontraba, obligando al marqués de Denia a aceptar que una comisión
de los asaltantes hablara con doña Juana. Así la ponen al corriente de la
situación del reino y de los propósitos de la Junta de Ávila. Declara la reina
que la Junta se sitúe a su servicio, y el entusiasmo comunero se extiende
rápido, ante lo que sienten como legitimación de su causa. Sin embargo, no
conseguirían de la reina firma alguna, ni documento, que validara este apoyo. El
hecho de que los Comuneros sientan la necesidad de verse legitimados por una
figura real, nos recuerda a las revueltas medievales, en las que,
independientemente de que a veces cargaran contra la nobleza, se respetaba al
rey. No se pone en duda, en ningún momento, a la monarquía como institución.
Hay un afán de continuidad y de legitimación en la tradición. Por ese afán de
recuperar la “tradición castellana” perdida, se busca a la reina Juana, quien había
sido apartada del poder, aduciendo incapacidad por locura, por su padre el rey
Fernando el Católico. De forma que, si se demostrase la cordura de la reina, su
hijo Carlos I pasaría a ser usurpador del trono. Así, los comuneros
destronarían al extranjero Carlos I, sin romper con la legitimidad del linaje
monárquico. Sus actos quedarían respaldados a los ojos de todos, por la sangre
y la tradición. Pero todas estas ilusiones chocarían con la férrea negativa de la
reina Juana, que nunca cedió a las
presiones a las que la sometieron, para posicionarse claramente del lado del
movimiento comunero. Las razones de su postura nunca han quedado claras aunque
probablemente tratase de evitar que una nueva guerra civil asolase el reino.
Las
iniciales protestas de los comuneros contra los excesos de la administración,
se extenderán a otros tipos de perjuicios, y pronto acusan de complicidad con
los abusos reales a todo el funcionariado castellano. Atacar a la burocracia es otra manera de
atacar al monarca. Desde los Reyes Católicos, los monarcas se habían servido de
una burocracia extraída de la burguesía y formada en derecho en las
universidades, para restar poder a los señores nobles, y vertebrar su poder
centralizado. Así pues, atacar a la burocracia, es atacar al brazo ejecutor de
las políticas reales. A esta radicalización de la revuelta se suman los levantamientos
antiseñoriales. Los Comuneros, se ven obligados a elegir entre dar su apoyo a
los sublevados o a sus señores. Como hemos dicho, inicialmente el levantamiento
Comunero aglutinaba a personas de todos las clases sociales, lo que hace
difícil esta decisión. Cuando los señores comienzan a reclutar hombres para
defenderse y tomar la justicia por su mano, la Junta se ve obligada a apoyar a
las revueltas. Este cariz antiseñorial que adquiere el movimiento, podría
comprometer a la pervivencia del régimen señorial, lo que hace que aristócratas
y señores antes vinculados con los Comuneros, se desliguen de la revuelta. En
una economía precapitalista el ataque a los señoríos es un elemento
verdaderamente transgresor. La mayor parte de la población vivía en el mundo
rural, y se dedicaba a la agricultura o ganadería. El sistema señorial era base
de la sociedad. Sin embargo, el movimiento de las Comunidades intenta romper
con lo establecido, con el statu quo que se arrastraba desde la Edad Media.
Ante la
situación de crisis del bando real, Carlos I responde anulando el servicio
concedido en las Cortes de La Coruña-Santiago, nombrando dos nuevos
gobernadores castellanos (el Condestable de Castilla Íñigo de Velasco, y el
Almirante de Castilla Fadrique Enríquez), establece el Consejo Real en el feudo
del Almirante (Medina de Rioseco) y manda a Adriano de Utrecht acercar posturas
con los nobles y las ciudades escépticas. Este movimiento del monarca, junto a
la negativa a sellar o firmar nada como regente de la reina Juana, las voces
discordantes dentro del bando (especialmente Burgos) y la campaña del Almirante
de Castilla para convencer a los comuneros de su derrota, suman al bando
comunero, también, en la crisis. En el texto, figura entre las acusaciones “que ha peleado contra el condestable e
Almirante de Castilla, gobernadores de estos reynos”. La gravedad de estas
acusaciones, deriva no sólo del estatus social de estas personalidades, sino
sobre todo, de su función de representación del monarca. Pelear contra ellos,
es cometer traición, igual que si se pelea contra el rey. El Almirantazgo de
Castilla había sido una dignidad creada en el siglo XIII, título revestido de
gran autoridad, poder y preeminencias, que sin embargo, desaparece como cargo
en 1405, y se constituye en patrimonio de los Enríquez, descendientes del
infante Fadrique de Castilla, hijo natural del rey Alfonso XI el Justiciero, e
importante familia noble (que prosperará aún más gracias a los servicios
prestados en esta Guerra de los Comuneros a Carlos I). El Condestable de
Castilla, fue un título creado por el rey Juan I de Castilla para sustituir al
de Alférez Mayor del Reino. En él recaía el mando supremo del ejército y era el
máximo representante del rey en ausencia del mismo. Pero estas glorias,
quedaban lejanas en el siglo XVI. El cargo había pasado a ser título hereditario
y unido a un linaje, como el Almirantazgo. Los comuneros pidieron a Íñigo de
Velasco, que no aceptase el cargo de regente que Carlos I le otorgaba. Es
conocida su respuesta, en la que señalaba que su casa se había hecho sirviendo
a los reyes de Castilla, por lo que en defensa del emperador perdería la última
gota de su sangre. Como vemos, en este momento del levantamiento, la nobleza ya
tiene claro que sus intereses y los del monarca se identifican entre sí, y que
por tanto, deben defender el bando real, para defenderse a sí mismos.
A pesar de
todos los intentos de negociación que se llevaron a cabo, ambos bandos contaban
ya con ejércitos que ansiaban entrar en batalla, lo que hacía imposible el
acuerdo. La batalla de Tordesillas se saldó con la toma de la ciudad por el
ejército real. Significaba una seria derrota para los comuneros, que perdían a
la reina Juana y a muchos procuradores, unos apresados, otros huidos. Los
ánimos rebeldes quedan muy tocados. La dimisión de Pedro Girón no es suficiente.
Se hace necesaria una reorganización más profunda de los comuneros. La Junta se
reagrupa en Valladolid, se realizan nuevos reclutamientos para contrarrestar
las deserciones, y se refuerza la moral gracias a la presencia de Padilla en la
ciudad. Llega el nuevo año; 1521. Mientras, los rebeldes se dividen entre los
partidarios de la solución pacífica, y los que prefieren continuar con la lucha
armada, unos a través de planes menos ambiciosos, como ocupar Simancas y
Torrelobatón, y otros, encabezados por Padilla, por planes más elevados, como
poner cerco a Burgos. Ambos fracasarán.
El edicto
de Worms de 17 de diciembre de 1520, plasma la reacción realista, en la condena
a 249 comuneros destacados (los seglares a muerte, los clérigos a otras penas).
Declara traidores, desleales, rebeldes e infieles a quienes apoyasen las
Comunidades. Así encontramos en el texto, que la primera de las acusaciones que
se realiza contra Juan Padilla, es “si ha
sido capitán de las Comunidades”.
El Consejo
Real ocupa el castillo de Ampudia, lo que trae desorden entre los rebeldes.
Padilla y Acuña se encuentran. Ocupan Torremormojón. Rinden Ampudia previo pago
de tributo. Acuña continúa con el hostigamiento de las propiedades señoriales
de Tierra de Campos, como muestra del rechazo al orden señorial. La necesidad
de un triunfo para elevar la moral, hace que Padilla, decida tomar Torrelobatón
y su castillo, cuya situación era estratégica. Al asedio, le siguen la toma y
el saqueo. Este episodio, queda también reflejado en las acusaciones realizadas
a Padilla: “e si ha estado en Torre de
Lobatón con las gentes de las Comunidades”. Al entusiasmo del bando
comunero por el triunfo, se superpone la inquietud del bando realista. Aún así,
no se dejan llevar por el entusiasmo, y deciden mantener posiciones, lo que
repercute en que muchos soldados comuneros, vuelvan a sus casas cansados de
esperar sueldos y órdenes que no llegaban.
La muerte
de Guillermo de Croy, arzobispo de Toledo (en enero de 1521), deja una vacante,
para la cual, la junta comunera propone a Antonio de Acuña. Éste, parte con una
pequeña tropa hacia Toledo, levantando los ánimos por donde pasa. Los señores
de la zona, temen el hostigamiento, tal y como había hecho en Tierra de Campos,
pero llegan a un pacto mutuo de neutralidad. Aún así, no evita del todo los
enfrentamientos, ya que tendrá que presentar batalla cerca de Tembleque, ante
el prior de la Orden de San Juan, Antonio de Zúñiga. El prior repele el ataque,
y lanza otro improvisado entre Lillo y el Romeral, del que sale victorioso. Acuña
llega a Toledo y es recibido multitudinariamente. Se entrevista con María
Pacheco, mujer de Padilla, y dirigente en su ausencia. Solucionan sus iniciales
rivalidades, y una vez asentado, reúne tropas para combatir al prior.
Como
vemos, encontramos miembros de la Iglesia en ambos bandos. Antonio de Acuña era
obispo de Zamora, y liderará una milicia formada enteramente por sacerdotes, a
favor de los Comuneros. La condena al levantamiento establecida en el edicto de
Worms, establece condenas especiales para los clérigos, lo que, además de
recordarnos que éstos gozaban de privilegios jurídicos, nos indica el gran
número de ellos que existían dentro del movimiento. No debemos olvidar tampoco,
que la división entre el alto y el bajo clero en esta época, es abismal, y
mientras el alto clero se nutre de los hijos no primogénitos de familias
nobles, el bajo, lo hace en las gentes llanas. Así pues, del apoyo inicial de
todo el clero al movimiento, ya que ellos también se habían visto perjudicados
por la entrega de dignidades eclesiásticas a extranjeros, pasaremos a la
división de sus afinidades, con la toma del cariz antiseñorial. El alto clero
pasará a apoyar a sus hermanos los señores, y el bajo clero a sus hermanos, el
pueblo. Evidentemente, no existe una línea tajante, y encontramos excepciones,
como la del propio obispo Acuña.
La batalla
de Villalar pondrá punto y final a esta guerra de los Comuneros. Los realistas
aglutinaron ejército en torno a Tordesillas. Las tropas comuneras no estaban
cohesionadas del todo, por lo que Padilla se desplaza a Toro en busca de
refuerzos. Las tropas realistas lo siguen y alcanzan en Villalar. El ejército
rebelde incapaz de desplegarse, es aplastado por la caballería realista. Las
consecuencias de esta batalla son definitivas; mil bajas en el lado comunero,
fragmentación del ejército restante y apresamiento y posterior ejecución de los
principales líderes (como se nos relata en el texto). Las ciudades sucumben y
prestan lealtad al rey a principios de mayo. Únicamente Madrid y Toledo resisten
más tiempo. Acuña será reconocido y detenido cuando intentaba marchar al
extranjero. María Pacheco resistirá algo más en Toledo, intentando negociar
unas mejores condiciones para su rendición, pero finalmente, tendrá que
exiliarse en Portugal, cuando la derrota sobrevenga.
Tras la
derrota, represión y reconciliación. Carlos I regresa a España el 16 de julio
de 1522, y establece la corte en Palencia. Se aumenta el ritmo de la represión
contra los comuneros, ejecutando un centenar, entre los que destacan Pedro Maldonado
y el obispo Acuña, cuyo ajusticiamiento, siendo prelado de la Iglesia, costaría
a Carlos I la excomunión. El 1 de noviembre se otorga el perdón real; amnistía
a 293 comuneros de todas las clases sociales. El movimiento de las Comunidades
se disipaba con las ilusiones de todos los hombres que habían participado en
esta primera revolución moderna.
Las
consecuencias de la derrota comunera no se saldarán con un castigo puntual,
sino que serán palpables durante un largo período de tiempo. Las ciudades
castellanas pierden su élite política y quedan subyugadas al centralismo. El
poder real obligado a indemnizar a quienes sufrieron daños durante la revuelta
(destacan el Almirante de Castilla, el Condestable, o el obispo de Segovia),
crea un impuesto especial para las ciudades comuneras, que durante más de
veinte años mermará a las economías locales. La nobleza queda neutralizada
frente a la triunfante monarquía autoritaria. La alta nobleza recibe
compensación por su apoyo al monarca, en la identificación de intereses que se
había establecido, pero ya no son Primus inter pares; la subordinación de la
nobleza al rey es clara. Se elige una de las principales ciudades protagonistas
de la revolución, y la última en caer, Toledo, para celebrar las Cortes de
1538, en las que se sanciona esta nueva forma de gobernar Castilla.
Decir
comunero en el siglo XVII equivalía a decir rebelde. Sin embargo, en el siglo
XIX, el Romanticismo y el liberalismo imperantes, llevarán a cabo una rehabilitación
de su figura, convirtiendo a sus cabecillas en héroes. Los comuneros pasan a
ser precursores de la libertad, mártires del absolutismo, figuras antidéspotas,
y nacionalistas frente al extranjero. Con motivo del III centenario de la
batalla de Villalar, el Empecinado, Juan Martín Díez, exhuma los restos de los
capitanes del movimiento. Y así se inician los homenajes por parte del gobierno
liberal a los Comuneros. Serán mencionados en el Pacto Federal Castellano de
1869. Con la llegada del siglo XX se realizan los primeros estudios históricos,
firmados por autores como Ángel Ganivet, Manuel Azaña y Gregorio Marañón. Se
reacciona a la interpretación “romántica-liberal” del XIX, con una nueva
interpretación “tradicionalista-reaccionaria” o “conservadora”. Aún así, se
sigue juzgando positivamente a los comuneros, quienes son rebeldes, pero
bienintencionados. Cegados por una visión excesivamente localista, que les
impide ver las glorias futuras que traerá el Imperio, se levantan contra el
legitimo monarca, pero con el único fin de defender el reino. El amor por la
patria, y su nacionalismo, justifica sus actos, lo que les hace figuras
reivindicables también para los conservadores. Con la renovación
historiográfica, se intentará explicar el movimiento desde nuevas perspectivas.
Con la transición, volverá el movimiento comunero a la primera línea. Se
revitaliza su simbolismo, y se realizan concentraciones reivindicativas a favor
de las Comunidades Autónomas en Villalar, hasta que en 1983 se oficializan
estas celebraciones, y pasa a ser la fiesta de la Comunidad Autónoma de
Castilla y León. En la actualidad, el movimiento de los Comuneros es utilizado
por los partidos políticos castellanistas y regionalistas. Como vemos, la
repercusión del movimiento en el imaginario colectivo ha sido grande, y su
utilización con fines ideológicos, abundante y variada.
Haciendo
un ejercicio contrafactual, podemos preguntarnos ¿qué es lo que hubiese
ocurrido si los comuneros hubiesen salido victoriosos?. ¿Hubiese permitido el
sistema de ciudades libres junto a la inversión en Castilla del oro americano
(al no salir del reino como se pedía en la cuarta propuesta de Toledo) la
modernización de la estructura política y la infraestructura económica, consiguiendo
así evitar o al menos mitigar, la crisis del siglo XVII?. ¿Si los comuneros
hubiesen impedido que Carlos I se convirtiese también en Carlos V, no habrían
evitado la enorme carga impositiva que supuso para Castilla el mantenimiento de
las guerras europeas, que trajo consigo el Imperio? Es cierto que la derrota de
los comuneros trajo consigo el aumento de la carga impositiva como castigo,
pero también que Castilla soportaba ya de antes, la mayoría de la carga fiscal
al ser el reino en el que resultaba más fácil aprobar nuevos servicios a causa
del sometimiento de sus Cortes al poder real. Si el oro americano no hubiese
atravesado de paso la península para ir a parar a los bolsillos de los
banqueros y comerciantes europeos, ¿se habría creado un tejido industrial
propio, que nos hubiese librado de pagar la plusvalía de las manufacturas, con
el empobrecimiento que supuso para el reino? ¿Se habría convertido la burguesía
en el nuevo motor social, generando riqueza en beneficio de todo el reino?
¿Habrían sido más dinámicos y progresistas que la anquilosada nobleza?, ¿o una
vez conseguido el ascenso social, se habrían tornado conservadores en la
defensa de sus intereses?. El ataque a los grandes señoríos, y por tanto, a la
estructura básicamente agraria de la sociedad, junto al desarrollo de las
ciudades, y por tanto, del comercio y la industria (artesana aún) ¿habrían
supuesto una llegada más temprana del capitalismo, la revolución industrial, y
la modernidad en general? La prioridad dada a la política interior de Castilla
y el fortalecimiento de su posición en las Indias ¿habría permitido a Castilla
constituirse en una gran monarquía transoceánica, viéndose beneficiadas tanto
España (metrópoli), como América (colonia)?. Todas estas preguntas son materia
de ucronía.
A la hora
de determinar cuáles fueron las causas de la derrota comunera, encontramos
tanta diversidad de opiniones, como cuando intentamos definir el carácter de la
revuelta. Para Elliot la revuelta careció de cohesión por recoger motivaciones
distintas debidas a la variada estratificación social de los elementos que la
realizaron. Para Maravall las Comunidades son una revolución del tipo moderno
de carácter urbano. La burguesía y las ciudades no se habrían desarrollado aún
lo suficiente, como para ser motor social de un cambio tan drástico. Para Josep
Pérez es una revolución moderna prematura dado que la burguesía carecía de
fuerzas para imponerse.
Sea como
fuese, el movimiento de las Comunidades fue algo nuevo y revolucionario. Un
revulsivo que implicó a toda la sociedad en su proceso. Una revolución moderna
269 años antes de que la Revolución Francesa tuviese lugar. Una revolución
aplastada cuya estela no se apagó en la derrota.
Bibliografía utilizada:
ALVARADO PLANAS, Javier, MONTES
SALGUERO, Jorge J., PÉREZ MARCOS, Regina María, SÁNCHEZ GONZÁLEZ, María Dolores
del Mar: Manual de Historia del Derecho y
de las Instituciones, Sanz y Torres, Madrid: 2006.
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